A veces busco en mis bolsillos el reloj que no encuentro en mi muñeca
No importa si mis manos
tropiezan con los anaqueles o si la noche se destruye con un timbrazo del
celular
Tambaleándome cruzo las
calles encogido camino por el frío siempre la desesperación en los rincones se
desgaja al amanecer y yo regalo una sonrisa y dejo de balbucear
Hablo en voz alta y grito
mi alegría
Soplo al oeste soplo al
este al sur y al norte fascinado por las fachadas y los cristales de la
ciudad
Las puertas de la
imaginación se abren porque yo tengo las llaves para entrar sin romper los
vidrios ni golpear
Pongo entonces mi alegría
a disposición de la luz y olvido cómo los pájaros solitarios mueren en sus
nidos
Olvido mi temor a soñar y
canto las proezas del amor en armonía con el ceceo de las hojas
Olvido mi pánico escénico
y coincido con los ojos de cada una de las personas sin necesidad de saber sus
nombres paso a sentarme a sus mesas y comparto con ellos el pan como buenos
hermanos que somos
Por siempre se iluminan
los corazones con el verbo que viaja y esta peregrinación trasciende la capa de
ozono como una oración dicha por los apóstoles baña la ciudad y si llega a
despertarte da gracias por la sangre que aún corre por tus venas
No has muerto de
hambre ni de sed
Acércate a mí para que
bese tu frente
No tengas miedo de
sonreír este día
Ni te dejes llevar
por la violencia de tus dogmas
Pasa revista a tu
decálogo y contémplate en el espejo
Verás tu cuerpo indeciso
(mal formado por catorce horas de trabajo diario)
(¿Sentirás impotencia al
tocar tus ropas arrugadas? ¿Dejarás de soñar al oler tu tristeza? ¿Pondrás la
otra mejilla después de recibir un golpe más de la vida? ¿Reirás al derramar
otra lágrima? ¿Temblarás al desenredar tus cabellos, al ver tus ojos..., al
enfermar de soledad crónica? ¿Combinarás tus zapatos con el lápiz labial?
¿Usarás lápiz labial? ¿Hablarás de tu angustia con una amiga de la infancia?
¿Pensarás en unos pendientes de plata para ese traje colgado en el ropero de
tus veinte años?)
Guardarás tu desaliento
en el bolsillo de tu abrigo
Abrocharás tu reloj en la
muñeca y caminarás cansada de olvidar la llave de tu casa
¿Por siempre recordarás
tu primer amor?
El de los 15, 18 y
22
Con el deseo profundo de
saltar los años
Para volver atrás
Permite que hoy
desaparezca esa cadena
Ya no tiembles
Yo estoy aquí con una
frazada para dos...
Nunca más a la tienda voy
solo
La Paz mi compañera fiel
mi incondicional amiga
Canto para ti desde tu
periferia
Huelo tus irresistibles
aires de grandeza tu grandeza
Oh mi ciudad de abarrotes
callejeros
De cantinas a media
luz
Con el corazón entre la
cruz y Pachamama
A veces busco tu nombre
en los libros de historia
Y te encuentro bañada en
sangre
Como la víctima de un
accidente en la ruta al Perú
Llamo a tus hijos a
limpiar tus calles
A pintar en tus muros
escenas de la actualidad
A hablar sobre tus héroes
de hueso sin titubeos
Los parques dan
protección precaria a los niños
Los padres y las madres
se esfuerzan en cuidar la inocencia de sus hijos
Enternecido yo silbo y
recuerdo la inutilidad de la muerte en la tierra y el desencanto cotidiano de
los todopoderosos sirvientes de la tristeza al verme interesado sólo en
ahuyentar a las aves de mal agüero socavan mis entrañas en busca de consuelo
A veces busco en mis
bolsillos el reloj que no encuentro en mi muñeca
No importa si mis ojos se
pierden en la multitud o si mi cuerpo rechaza la luz del sol
La ciudad deja de
arrastrarme y sus riachuelos renuncian a pronunciar mi nombre con la fuerza de
los días de lluvia
Las flores comienzan a
dejar sus guaridas y los jinetes de los monumentos ecuestres semejantes a
objetos encantados sonríen con la melena revuelta por el viento
El mundo proclama mi
audacia
Alonso, Alonso de
Mendoza, sobreviviente de las guerras civiles, sigue mis pasos
Pon tu espada en el
suelo, lava tus pies en las aguas de mis ríos y levanta la cabeza para ver mi
hermoso rostro...
Publicado en Los
trece poemas religiosos, septiembre de 2010
Foto: Tarwi (RR)