Estoy
en condiciones de superar la vida cotidiana después de una temporada entre los
desempleados. Antes de cualquier otra cosa yo quisiera citar a los ciudadanos
demócratas y las sortijas de compromiso en una misma dirección por la necesidad
de organizar a los aquí presentes según la distancia del objetivo trazado.
Bienvenido quien se deja cautivar por la descripción de un país
imaginario, quien en su desesperación acaba por tropezar con la catedral de La
Paz, quien monta guardia en una esquina de la plaza Murillo, quien valiéndose
de su voluntad sale del hospital, quien elige servir a la mejor causa, quien
desayuna y almuerza en un quiosco de madera, quien se entusiasma con la música
de los maestros no-videntes, quien por encima de su cansancio viene a escuchar
la verdad.
Bienvenidos quienes ya no se limitan a prescindir del tipo de reloj que
se detiene por la tarde. Bienvenido lo que hoy parece tan simple y piadoso y
sólo en la acción absoluta cumple su cometido porque se agrava sobre la tierra
el error de no reponer el intercambio de información con el mundo onírico.
Te
espero al pie de la mesa, con gente especializada en el pensamiento
revolucionario. Apenas comenzado el día, una de esas personas tendría que
viajar como si fuese un agente con amplia experiencia en proclamar su propia
muerte. Con ello ahuyentará de su corazón la indiferencia de nuestros
congéneres y para no aumentar sus padecimientos, hasta el final de su misión,
despreciará la literatura banal y se mantendrá alejada de los materiales
inflamables para que quienes han caído en la pura alegoría respiren también el
poder del arte contemporáneo y dejen en libertad sus sueños en el límite
secreto de la nada.
Creo
que de alterar el discurso dominante, el resultado —por todas partes, en su
versión completa— no nos pertenecerá a nosotros. Como se ha demostrado antes,
en el terreno de la imaginación vuelan los espíritus de las cosas que amamos
sin emitir una opinión puntual sobre la aplicación de nuevas teorías estéticas.
Cualquiera que haya considerado remontar la ciudad a la hora de la cena
habrá encontrado más de un motivo de asombro en las ruinas que yacen bajo sus
pies. En estos casos, la poesía —de ahí proviene la fuerza— puede que se
reduzca a una palabra dicha en el momento preciso.
El
verdadero viajero que huye de la falta de sentido en la historia cuenta que es
posible entusiasmar a la gente sin maldecir al inspector de salubridad. Se
opone a la renovación del pesimismo y, cuando identifica a una persona escéptica,
sólo la abraza y la invita a dejar esa costumbre tan enraizada en quienes han
entregado su voluntad a las llamas del desamor. Su dicha resplandece cual
relámpago en la noche. Sus ojos acaban por desconcertar a
los miembros de las coaliciones en conflicto. Sus seguidores se cuentan por
miles y, sin duda, su presencia ha cambiado la faz de la tierra.
Creo
que la entusiasta voz de este viajero dejará, a su paso por La Paz, una
deliciosa fragancia en todas las direcciones y evitará más de un derramamiento
de sangre.
Se
nos dirá que su muerte es inminente, que nada podemos hacer por él y se
inventará superhéroes de revista para cubrir el vacío que dejará su
desaparición forzada. Comandos antisubversivos y grupos clandestinos de
aniquilación masiva exigirán su cuerpo a plena luz del día y sólo con la
certeza de su ejecución en el atardecer de aquella misma jornada le permitirán
rezar en paz por última vez tras largas horas de incesantes tormentos.
Ahogado, electrocutado o colgado, ¡Dios mío, da lo mismo! Lo que acabo de
decir no me convertirá en un profeta y sólo después de poder descansar consigo
hilar mejor mis ideas.
No
veo la más mínima modificación en el semblante de los verdugos. La ciudad no
cabe en mi mente. ¿Este es el fin de mis tropiezos? ¿La hora ha llegado? No hay
un traidor a la vista.
Conforme a lo imaginado, la indiferencia de mis vecinos se desvanece. Por
lo demás, las respuestas fluyen. No tienen centro alguno. Los tiranos ya no se
jactan como hasta hoy, pese a su creciente desesperación. La humanidad prueba
nuevos remedios y consigue vislumbrar el mundo y sus milagros desde la cima de
una montaña que ayer parecía inalcanzable.
Voy a
nombrar al viajero por última vez. Este año, muy pocos se identifican con él.
Con su muerte, se ha hecho patente su innecesaria presencia material.
Ese
reducido grupo de personas pasa inadvertido en la periferia urbana y los
capítulos endebles de su discurso desaparecen paso a paso. A veces se advierte
con mayor claridad su espíritu bienintencionado y las preferencias sexuales de
sus miembros en vida, por más contradictorias que parezcan, celebran la
alternancia en el mando y la búsqueda intensiva de opciones pacíficas.
Publicado en Los
trece poemas religiosos, diciembre de 2010
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