domingo, 16 de julio de 2017

¿No hay futuro?*

La década de 1990 dejó un inconfundible olor a cigarro Astoria. Y por encima de las arriesgadas maniobras para sobrevivir a los placeres de la juventud, una rica experiencia: con suficientes excesos, incursiones en el circuito de pandillas de nombres exóticos (Singapur, Triple K, Locos, Lipstick) y encuentros violentos con el miserable y grandilocuente submundo del alcohol y la droga.
Así recuerdo algunas de las deslumbrantes actividades extracurriculares de mi fecunda y espléndida temporada en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), donde militantes orgullosos de agrupaciones de izquierda, rivalizaban entre sí y plantaban estandartes partidarios en feudos ganados a golpe de discurso y palo.
Imágenes que todavía repican en mis oídos. Tiempo algo parecido al furibundo mosh y al desfigurado coreo de Sex and violence (épica canción de postpunk de la banda The Exploited).
Si esta historia fuera una trampa de la mente o un juego de palabras, de igual modo saltaría una sospecha, pese a que a veces la escritura de una descripción cruza por la censura de hechos comprometedores, no quiero dar rienda suelta a consignas amorales ni demostrar la decencia o indecencia de aquel cercano pasado.
De algún modo mi voz insinúa la forma y el color, los caprichos y extravagancias, el detrimento y la erosión de la esperanza. ¿Acaso no pasan cosas como estas en otras épocas? ¿No son el final de la adolescencia y la juventud más temprana días de líos y sinrazones, citas entre compinches y amores convertidos en juramento y hazañas a la luz de la luna llena? No me gusta esta ropa, mi cabello es salvaje, digamos que me esfuerzo en vano, echo de menos el colegio, gestos o ademanes nada persuasivos, gritos, ¡bazofia hoy y mañana!, ¡el futuro no existe!
Para mejorar el tono de estos recuerdos sin rumbo, imagino las horas de ocio y no olvido los besos bajo la copa de los árboles de los jardines del campus central de la UMSA.
Con los minutos, me abstengo de insinuar el resultado desagradable de mis pensamientos, en un intento de distinguir entre el camino estrecho y el ancho.
Para darme una atmósfera, por un largo rato presto atención al tranquilo alboroto del atardecer, reclinado en la baranda metálica de un balcón.
Pobre de mí que confío en llevar al lector hacia una versión romántica de la vida universitaria; en cambio, en las primeras líneas de esta tosca remembranza tumbé de un puntapié el sueño de regresar al paraíso como el narrador apasionado de una fotografía descolorida.
Contar algo, sin ostentación, de pie o sentado, con una sonrisa, contar un chiste que complazca al auditorio (en una farra), satisfacer la exigencia y hacerlo de nuevo, con la misma gracia, estas son cualidades de Jorge (Coco) Quispe que más recordé tras dejar la universidad.
Sin embargo, por algo la justicia divina me lanza una sobria mirada: en la UMSA, hubo un Coco acostumbrado a compartir sus experiencias como reportero.
Mientras yo aún dibujaba con el dedo una trayectoria errática del futuro, Coco procuraba sembrar en nosotros evidencias de su ajetreado trabajo en programas deportivos radiales, empleo de salario bajo y tardes de domingo en la cobertura periodística de partidos de fútbol.
Si bien con estas palabras evoco al Coco laborioso, no desatiendo mi deseo de alabar al amigo elocuente, porque desde la primera oración estoy en la senda que me conduce a Andares de un reportero (Editorial 3600, 2017), su primer libro, que refrenda su condición de narrador nato; cualidad insinuada en la carrera de Comunicación Social de la UMSA y en aventuras y desventuras compartidas con él en aquella década prodigiosa, al amparo de la prolífica e irreverente juventud, vulnerables a las influencias (¿quién no lo está?), ocupados en andar rápido y correr hasta estrellarnos, ¿prueba de la intención de no querer estar demasiado tiempo en un mundo sin futuro ni revoluciones posibles?
Confieso que muchas veces me sentí desahuciado. Coco quizá compartió un temor parecido. Lo normal es que hoy nadie coincida con mi apreciación. Pues de ocurrir lo contrario, ¿quién quedaría a cargo de alimentar la esperanza? Inquietud que desaparecía de los jardines de la UMSA, cuando Coco volvía a contar ese chiste.
Su esmerada narrativa a menudo nos sacaba del sopor. Y aunque en las calles podíamos perder más que la inocencia, su puntería para hacernos reír, dejó este feliz recuerdo, que no es una falaz aproximación al origen de su vocación de narrador, sino una curiosa manera de señalar un antecedente inequívoco de su crónica periodística, centrada en personas sin lustre político partidario.
Con el grato motivo de la publicación de Andares de un reportero, pongo sobre la mesa estos retazos de un lugar de la ciudad de La Paz, que sigue apilando anhelos y frustraciones de adolescentes y jóvenes perseguidos por la incertidumbre. Si miento, ¡que me lleve el Coco!


*Raphael Ramírez es poeta

----------------------------------------------------------  
Publicado en Tendencias de La Razón (16 de julio de 2017), con el título de Había futuro. 
Foto: Raphael Ramírez 

Los periodistas Marco Fernández y Jorge (Coco) Quispe, la noche de la presentación de Andares de un reportero (12 de mayo de 2017). 



martes, 11 de julio de 2017

(Clausol o la angelita)

  el mundo ya no es visible por tu cuerpo,
  es transparente por tu transparencia
                     Octavio Paz, Piedra de sol


Una laguna al norte de mi casa
Sin el cisne en que yo he imaginado
Las puertas y las ventanas de cortinas
Abiertas a un sol que no quema
A un viento que no silba la canción
Del mausoleo en donde mis pasos
Dejan a las montañas a oscuras

Según la inventora de fábulas
Tú bostezabas porque nada ocurría
Según el latido de mi corazón
Tú caminabas hacia el fin de semana
Con las piernas cortas de una paloma
Y en ese transcurso eras sola mi vida
Atardecer jamás terminado en noche

Al igual que tú (angelita en la tierra)
La ciudad rebrota en medio de estatuas
Vestida de fiesta y no es veinte de octubre
Las cabezas del rastro y la banda del abasto
Danzan danzan en círculos para ahuyentar
A los fantasmas hechos máscaras en mí
Yo que no he podido hacerme translúcido

Ni cristal de roca ni mucho menos la gota
De una vertiente potable o el agua que de mis poros
Ya no sale a mojar las calles y los jardines
En donde las manos cultivan las rosas y margaritas
Ramos de luna de miel sobre dos colinas
Despiertas una sonrisa hundida en la banca de pino
Con una mirada que aguarda en el camino

El humo del fuego apagado la tierra sin explorar
Dos niños correteándose en la calle una madre
Llevando en sus hombros el contemporáneo vuelo
De los espíritus envueltos en graderías circulares
Por donde yo asciendo a tu encuentro angelita
Junto al jarrón de la pared y su marco de pirita
La manta de vicuña y las postales garabateadas

De una ciudad que tú ya no conservas en formol
Eslabón partido en dos oración dicha al pilar
Laguna al norte de mi casa horas y horas
Fotografiadas de beso en beso dos colitas de caballo
Debajo de un tejado reconstruyen la palabra
Y de ambas bocas abiertas nace un infinito
Una de tantas prolongaciones pintadas a mano:

Chorros de magia colocados en un maletín
Abrochado por siete personas dispuestas
A subir a la montaña la más alta de los Andes
Para quedarse a contemplar la cordillera
Con su pensamiento como única compañía
Sepultados en la raíz de sus corazones
Atardecer jamás terminado en noche

Rezumar el sudor morder la satisfacción de oler a pan
Salir a comprar a la tienda el sudario de leche
Invitar a la perfección a desayunar en casa
Trabajar en la restauración de la mesa la silla el hogar
Y doblar la esquina del brazo de la alegría
Amigado del sol que nunca está de moda
Del viento que no silba la canción del mausoleo y leer

En tus mejillas que no hay destino posible
Ni manera alguna de volver al punto de partida
Adivinar por el vuelo de las aves abrir el paraguas
Hablar con las cosas ideales como si hablara contigo
Con él o conmigo mismo cuando empieza la llovizna
Vuelven a mí los trescientos sesenta y cinco días de golpe
Cae la nieve sobre las vecindades tomar las manos de nadie

Cuándo mis pésames han sido besos
Cuándo mis extravíos amigos de tus desvelos
Cuándo la manzana daga atravesada en la garganta
Cuándo mi chaleco coraza de una armadura
Cuándo tus palabras nidos de mis entrañas… nunca
¡Nunca! correr ha sido musitar al oído ¡nunca!
Respirar ha sido morir morir morir ¡engañar!

Eso ha sido engañar a la aurora
Con las letras de tu nombre
Desandar kilómetros en segundos
Estrellar a los deseos
Retroceder cientos de años
Igualar el camposanto
Luego de enterrar mis sueños

Olvidarme de que existo
De que estoy y soy de hueso
Sin saber qué día es hoy
Abierto a un sol que no quema
A un viento que no silba la canción
Del mausoleo en donde tus pasos
Restan a las montañas sus noches

                                     Octubre 2000
---------------------------------------------------------------- 

Publicado en Complacencias, septiembre de 2002
Foto: RR

Mirado de Killi Killi (La Paz, Bolivia) 

Domingo

La Basílica de San Francisco, después de las barricadas de noviembre de 1979, volvió a detenerse en el tiempo y por más que tú me permitas sepultar a los muertos
Los fieles, por última vez, siempre por última vez, pulverizan el sueño de los dictadores y la muerte de aquellas buenas personas nos recuerda las palabras de Murillo
Pedro Domingo Murillo puesto a dormir en una celda común
Con mi mano en tu hombro, me siento como el niño que inicia un largo viaje
Hermano de carne y hueso, colgado de un madero, tu verdugo aún reina en la tierra
Con una soga en la cintura corro desde La Recoleta, paso por la Alonso de Mendoza y pregunto en los quioscos por el caudillo de la cabellera al viento, por su montura y los potros de sus compañeros de combate, por las lanzas rotas y los caballos azotados en la plaza de Peñas
Ninguna de estas personas cree en mí
Muy bien, lo haré a mi modo, alejado de la tradición de los escritores de antaño
Cómodo y adormecido, vehemente e incomprendido paceño
¿Nadie más que tú ha nacido para invitarme a tomar las calles y los caminos de quienes nos oprimen?
Una tumba sin inscripciones se alza al pie de mi árbol predilecto
Encima de ella no hay lápidas ni cruces
El más célebre de los nombres viene a mí de pronto con la fuerza de los siglos ya pasados
Túpac, de Túpac Yupanqui, inca del antiguo Perú
Túpac, de Túpac Amaru Primero, inca que se sublevó contra la autoridad colonial y fue ajusticiado por orden del virrey Toledo en 1572
Túpac, de Túpac Amaru Segundo, cacique peruano descendiente de los incas que se sublevó contra los españoles en 1780
Y el tuyo, Túpac Catari, caudillo aymara del siglo XVIII, que te sublevaste contra la dominación española y te proclamaste Virrey del Perú…
He decidido viajar a Peñas, el altar donde tu sacrificio fue consumado
Pedro, tú eras un joven miliciano de las tropas leales al Rey
Se me ocurre pensar en tus pasquines subversivos de años después
En tu frente sudorosa y el jadeo de tu caballo tras la desbandada en Chacaltaya
En la espontaneidad verbal de Goyeneche y el contenido del bando leído aquel 29 de enero de 1810
Hermano de carne y hueso, colgado de un madero, tu verdugo aún reina en la tierra
¡Es verdad!
No estoy obsesionado con la Bolivia de los diez centavos o la Bolivia del New York Times o la del informe del Programa de Naciones Unidas para la Pobreza
Ni me quitan el sueño la figura de Hilarión Daza ni las controversias en la lengua de los columnistas de La Razón o La Prensa ni las tropas venezolanas de Sucre ni los agentes de contrainteligencia estadounidenses
Ni las herejías de los obispos ni los sacerdotes con programa de televisión ni el desplome de las fortunas en Wall Street
Hermano de carne y hueso, a veces no puedo dormir porque nuestros verdugos siguen como si nada en la tierra


                       14 de noviembre de 2008

--------------------------------------------------------------  
Publicado en Los días de la semana y nuestro pan de cada día, diciembre de 2009
Foto: Raphael Ramírez