martes, 11 de julio de 2017

(Clausol o la angelita)

  el mundo ya no es visible por tu cuerpo,
  es transparente por tu transparencia
                     Octavio Paz, Piedra de sol


Una laguna al norte de mi casa
Sin el cisne en que yo he imaginado
Las puertas y las ventanas de cortinas
Abiertas a un sol que no quema
A un viento que no silba la canción
Del mausoleo en donde mis pasos
Dejan a las montañas a oscuras

Según la inventora de fábulas
Tú bostezabas porque nada ocurría
Según el latido de mi corazón
Tú caminabas hacia el fin de semana
Con las piernas cortas de una paloma
Y en ese transcurso eras sola mi vida
Atardecer jamás terminado en noche

Al igual que tú (angelita en la tierra)
La ciudad rebrota en medio de estatuas
Vestida de fiesta y no es veinte de octubre
Las cabezas del rastro y la banda del abasto
Danzan danzan en círculos para ahuyentar
A los fantasmas hechos máscaras en mí
Yo que no he podido hacerme translúcido

Ni cristal de roca ni mucho menos la gota
De una vertiente potable o el agua que de mis poros
Ya no sale a mojar las calles y los jardines
En donde las manos cultivan las rosas y margaritas
Ramos de luna de miel sobre dos colinas
Despiertas una sonrisa hundida en la banca de pino
Con una mirada que aguarda en el camino

El humo del fuego apagado la tierra sin explorar
Dos niños correteándose en la calle una madre
Llevando en sus hombros el contemporáneo vuelo
De los espíritus envueltos en graderías circulares
Por donde yo asciendo a tu encuentro angelita
Junto al jarrón de la pared y su marco de pirita
La manta de vicuña y las postales garabateadas

De una ciudad que tú ya no conservas en formol
Eslabón partido en dos oración dicha al pilar
Laguna al norte de mi casa horas y horas
Fotografiadas de beso en beso dos colitas de caballo
Debajo de un tejado reconstruyen la palabra
Y de ambas bocas abiertas nace un infinito
Una de tantas prolongaciones pintadas a mano:

Chorros de magia colocados en un maletín
Abrochado por siete personas dispuestas
A subir a la montaña la más alta de los Andes
Para quedarse a contemplar la cordillera
Con su pensamiento como única compañía
Sepultados en la raíz de sus corazones
Atardecer jamás terminado en noche

Rezumar el sudor morder la satisfacción de oler a pan
Salir a comprar a la tienda el sudario de leche
Invitar a la perfección a desayunar en casa
Trabajar en la restauración de la mesa la silla el hogar
Y doblar la esquina del brazo de la alegría
Amigado del sol que nunca está de moda
Del viento que no silba la canción del mausoleo y leer

En tus mejillas que no hay destino posible
Ni manera alguna de volver al punto de partida
Adivinar por el vuelo de las aves abrir el paraguas
Hablar con las cosas ideales como si hablara contigo
Con él o conmigo mismo cuando empieza la llovizna
Vuelven a mí los trescientos sesenta y cinco días de golpe
Cae la nieve sobre las vecindades tomar las manos de nadie

Cuándo mis pésames han sido besos
Cuándo mis extravíos amigos de tus desvelos
Cuándo la manzana daga atravesada en la garganta
Cuándo mi chaleco coraza de una armadura
Cuándo tus palabras nidos de mis entrañas… nunca
¡Nunca! correr ha sido musitar al oído ¡nunca!
Respirar ha sido morir morir morir ¡engañar!

Eso ha sido engañar a la aurora
Con las letras de tu nombre
Desandar kilómetros en segundos
Estrellar a los deseos
Retroceder cientos de años
Igualar el camposanto
Luego de enterrar mis sueños

Olvidarme de que existo
De que estoy y soy de hueso
Sin saber qué día es hoy
Abierto a un sol que no quema
A un viento que no silba la canción
Del mausoleo en donde tus pasos
Restan a las montañas sus noches

                                     Octubre 2000
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Publicado en Complacencias, septiembre de 2002
Foto: RR

Mirado de Killi Killi (La Paz, Bolivia) 

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