lunes, 7 de agosto de 2017

Apuntes de mi experiencia


La divina obra de escribir poemas es para mí una experiencia mágica e inexplicable —si he de recurrir a términos del primigenio conocimiento humano para empalmar la génesis de la creación artística con el origen de la vida misma.
El tiempo avanza en un reloj. Y en este nuevo milenio el poema despliega sus milagrosas alas como el mapa de un Tesoro escondido en la Isla por el sobreviviente de un naufragio en aguas de un peligroso mar interior.
Un verso encierra la revelación más importante y profunda jamás avistada por la mente humana.
Al margen de la indudable vigencia de estas verdades perpetuas, el poema porta con impecable lucidez las llaves del corazón, derrama un vaso de agua dulce, extiende una mano en la oscuridad, abre un ojo en la noche de las intolerancias y la ignorancia, posa con gozo sus labios de ángel bienhechor en la inmaculada frente del santo devoto del amor imposible, reparte nuestro pan de cada día, deja caer una gota de lluvia en el balde de las decepciones humanas, sirve el vino de honor en el templo de la sabiduría cotidiana.
El poema limpia el sudor de los peregrinos sin brújula y los ayuda a llegar a salvo… ¿A dónde? ¿Quién lo sabe?
Con media docena de monedas y paso firme sonrío como el poeta de la esperanza. Menos afortunados, vengan a mí para estimularse con las ráfagas de viento que al darse cuenta de mi actitud de joven embriagado, sueltan una carcajada en la punta de mi dedo índice. A cambio, ya no me sumerjo en el sopor. Pero quién sepultará mi cuerpo, porque la noche anterior yo me sentaré al otro lado de Villa Fátima, cuando se desate sobre mí una tormenta y acabe por dormir en casi todas las madrugadas, ya cansado de girar como el remolino. 
Escribo estos versos en un estado psicológico envidiable para decepción de mis detractores —ingenuos espectros de las horas del sueño—, a quienes me niego a llamar pesadillas para no hacerme a la víctima de un complot misterioso.
No me extiendo más y dejo que tú, lector —mi más preciada compañía en este mundo—, des los primeros pasos, no sin antes desearte un Buendía y un descanso reparador.

R.R.


Publicado en Los trece poemas religiosos, septiembre de 2010, La Paz
Foto: RR

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