En efecto, para qué, si con tres palabras escritas con aerosol, se arrebata el sueño.
¿Publicar un libro? ¡Por favor,
de ninguna manera!
¿No es cuestión de burgueses,
empresarios prominentes, intelectuales o millonarios con aires de grandeza?
¿Lo mío es la pared?
De sentirme atraído por la
idea, ¿publicaría un libro luego de noches de no dormir y días de insomnio?
Estas interrogaciones llevan a
otra pregunta: ¿por qué gastar numerosas horas en la escritura de algo?
Un viejo conocido dice: “Lo que
yo aquí escribo son verdades y cosas de importancia, provechosas, muy gustosas,
y en nuestros tiempos acaecidas: y dirigidas al mayor y más poderoso príncipe
del mundo, que es Vuestra Alteza”. (Pedro de Cieza de León. Crónica del Perú.
Biblioteca de Ayacucho. Caracas, 2005, pág. 9).
El soldado español tiene
noticias y las escribe para informar al emperador Felipe II, declaración de
principios que contiene un paradigma comunicacional
(emisor-medio-mensaje-receptor).
Es más, Cieza de León comparte
su experiencia de escribir en situaciones extremas: “Pues muchas veces
cuando los otros soldados descansaban cansaba yo escribiendo. Mas ni esto ni
las asperezas de tierras, montañas y ríos ya dichos, intolerables hambres y
necesidades nunca bastaron para estorbar mis dos oficios de escribir y seguir a
mi bandera y capitán” (ídem).
Casi medio milenio después, las
palabras de Cieza de León ayudan a ensayar respuestas, “porque mucho de lo que
escribo vi por mis ojos estando presente y anduve muchas tierras y provincias
por verlo mejor. Y lo que no vi, trabajé de me informar de personas de gran
crédito, cristianos y indios” (ídem, pág. 10).
Sí, es cierto. Sobran pruebas
de la intención del cronista de publicar sus escritos: a) en España solicita
“licencia para imprimir el dicho libro” (ídem, pág. 7), b) sabe que “el tiempo
consume la memoria de las cosas” (ídem, pág. 10) y, por tanto, c) “determiné de
gastar algún tiempo de mi vida en escribir historia” (ídem).
Un razonamiento parecido
expresan periodistas que se atreven a reportear en condiciones riesgosas y tras
satisfacer la demanda de verdades y noticias, hacen una pausa en el camino y
ordenan en un libro el material escrito.
Para digerir esa relación,
sería insuficiente puntualizar cinco o seis casos. Consciente de mi elección
arbitraria, me disculpo por mencionar solo uno: Jorge (Coco) Quispe publicó
Andares de un reportero (Editorial 3600, 2017), su primer libro.
Narra “cosas de importancia”,
como en la siguiente descripción: “A la platería original y prendedores de oro
se suman figuras hechas con hilo de mostacilla que Germán luce en el pecho,
además de una cinta hecha con lana de vicuña” (Andares de un reportero, pág.
26).
En otros pasajes echa a andar
la rueda de la metáfora: “En medio del mundo de greda que le rodea, a sus 12
años Jaime ya ha hecho planes: quiere ahorrar y comprar su propio horno para
cuando sea grande. El niño ladrillero observa desde las colinas de Alpacoma,
una ciudad pigmentada con los colores de su trabajo; una urde de edificios de
arcilla hechas por otros pequeños de su edad” (ídem, pág. 22).
Sus crónicas llevan la marca de
quien busca la consistencia en el relato con pulso de artesano en la escritura,
mirada aguda, recurrente exposición de detalles, etc., temas de otra crítica.
Aquí subrayo su iniciativa de
editar un libro con crónicas ya publicadas y premiadas por su calidad.
Con Andares… rompe
el circuito del reportero-redactor de periódico, y pasa de esa rutina a
fabricar un artefacto cultural llamado libro.
Aunque no regala al lector (a
modo de introducción) una reflexión exhaustiva acerca de la crónica
periodística y el oficio de reportear en tiempos de cambios vertiginosos en el
periodismo escrito.
Con todo, Jorge lanza la buena
nueva desde su bien ganada trinchera de cronista del siglo XXI. ¡Publicar un
libro es genial!
* Raphael Ramírez es poeta
Publicado en Buena
Fuente, edición 27, abril-mayo 2017
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