lunes, 7 de agosto de 2017

¿Para qué publicar un libro?*


En efecto, para qué, si con tres palabras escritas con aerosol, se arrebata el sueño.

¿Publicar un libro? ¡Por favor, de ninguna manera!

¿No es cuestión de burgueses, empresarios prominentes, intelectuales o millonarios con aires de grandeza?

¿Lo mío es la pared?

De sentirme atraído por la idea, ¿publicaría un libro luego de noches de no dormir y días de insomnio?

Estas interrogaciones llevan a otra pregunta: ¿por qué gastar numerosas horas en la escritura de algo?

Un viejo conocido dice: “Lo que yo aquí escribo son verdades y cosas de importancia, provechosas, muy gustosas, y en nuestros tiempos acaecidas: y dirigidas al mayor y más poderoso príncipe del mundo, que es Vuestra Alteza”. (Pedro de Cieza de León. Crónica del Perú. Biblioteca de Ayacucho. Caracas, 2005, pág. 9).

El soldado español tiene noticias y las escribe para informar al emperador Felipe II, declaración de principios que contiene un paradigma comunicacional (emisor-medio-mensaje-receptor).

Es más, Cieza de León comparte su experiencia de escribir en situaciones extremas: “Pues muchas veces cuando los otros soldados descansaban cansaba yo escribiendo. Mas ni esto ni las asperezas de tierras, montañas y ríos ya dichos, intolerables hambres y necesidades nunca bastaron para estorbar mis dos oficios de escribir y seguir a mi bandera y capitán” (ídem).

Casi medio milenio después, las palabras de Cieza de León ayudan a ensayar respuestas, “porque mucho de lo que escribo vi por mis ojos estando presente y anduve muchas tierras y provincias por verlo mejor. Y lo que no vi, trabajé de me informar de personas de gran crédito, cristianos y indios” (ídem, pág. 10).

Sí, es cierto. Sobran pruebas de la intención del cronista de publicar sus escritos: a) en España solicita “licencia para imprimir el dicho libro” (ídem, pág. 7), b) sabe que “el tiempo consume la memoria de las cosas” (ídem, pág. 10) y, por tanto, c) “determiné de gastar algún tiempo de mi vida en escribir historia” (ídem).

Un razonamiento parecido expresan periodistas que se atreven a reportear en condiciones riesgosas y tras satisfacer la demanda de verdades y noticias, hacen una pausa en el camino y ordenan en un libro el material escrito. 

Para digerir esa relación, sería insuficiente puntualizar cinco o seis casos. Consciente de mi elección arbitraria, me disculpo por mencionar solo uno: Jorge (Coco) Quispe publicó Andares de un reportero (Editorial 3600, 2017), su primer libro.

Narra “cosas de importancia”, como en la siguiente descripción: “A la platería original y prendedores de oro se suman figuras hechas con hilo de mostacilla que Germán luce en el pecho, además de una cinta hecha con lana de vicuña” (Andares de un reportero, pág. 26).

En otros pasajes echa a andar la rueda de la metáfora: “En medio del mundo de greda que le rodea, a sus 12 años Jaime ya ha hecho planes: quiere ahorrar y comprar su propio horno para cuando sea grande. El niño ladrillero observa desde las colinas de Alpacoma, una ciudad pigmentada con los colores de su trabajo; una urde de edificios de arcilla hechas por otros pequeños de su edad” (ídem, pág. 22).

Sus crónicas llevan la marca de quien busca la consistencia en el relato con pulso de artesano en la escritura, mirada aguda, recurrente exposición de detalles, etc., temas de otra crítica.

Aquí subrayo su iniciativa de editar un libro con crónicas ya publicadas y premiadas por su calidad. 

Con Andares rompe el circuito del reportero-redactor de periódico, y pasa de esa rutina a fabricar un artefacto cultural llamado libro.

Aunque no regala al lector (a modo de introducción) una reflexión exhaustiva acerca de la crónica periodística y el oficio de reportear en tiempos de cambios vertiginosos en el periodismo escrito.

Con todo, Jorge lanza la buena nueva desde su bien ganada trinchera de cronista del siglo XXI. ¡Publicar un libro es genial!


* Raphael Ramírez es poeta


Publicado en Buena Fuente, edición 27, abril-mayo 2017

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